Ratopin Johnson
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Aquel día, en la plaza detrás de la mía en el garaje del edificio, normalmente vacía, había no solo un coche, sino también una motocicleta delante de él, que invadía mi zona. Me costó un poco, pero al fin estacioné.
—Pues tiene espacio por detrás…Deber ser nuevos. Tendrás que hablar con ellos –—dijo Eva, mi mujer masajeándose su barriga de embarazada.
—Sí —contesté.
Algo me dijo aquel apellido que leí en el buzón, pero no caí en ese momento. Me abrió la puerta un individuo grande, como de mi edad, con aire cansado, al que le expliqué la situación. Dijo que lo sentía, y que echaría un ojo, aunque no me pareció que tuviera mucho interés.
—Me ha costado aparcar, no querría dañarte la moto.
— ¿Eso ha sonado como una amenaza? —dijo abriendo los ojos.
—No —balbuceé—. Bueno, gracias. Soy del Primero B. Andrés. Andrés Pérez – dije extendiendo mano. No hizo ni amago de estrechar la mía. Se quedó pensando.
—Andrés Pérez. Ahora te reconozco, eres Pérez: Perejil —dijo.
— ¿Cómo?
—Soy Carlos Porta, del colegio, ¿eres tú, Perejil?
Tontodelculo Porta enfrente de mí, treinta y tantos años después. Asentí, y entonces me sacudió la mano con fuerza muy contento.
—Pues sí, vivo aquí con mi familia desde hace años.
—¿Tienes hijos?
—Sí, un chico de diez años, y vamos a tener un bebé. Será una niña, para el mes que viene.
—Jo, qué bien Perejil.
De pronto se puso serio.
—Yo tengo un par de chicos. Me he divorciado hace unos meses. Hace poco que me he mudado.
— Vaya, lo siento.
—En fin —dijo recuperando la compostura— ¡Si es que son unas guarras, Perejil!
Perejil era un caracol con rizos y gafas, amigo de la gallina Caponata en Barrio Sésamo, un programa infantil de televisión. Según Tontodelculo eramos iguales. Su afición era amedrentar a niños más pequeños. Conmigo la tomó durante un tiempo, me insultaba, me quitaba el bocadillo, me empujaba y me ponía la zancadilla por los pasillos. Llegó incluso a meterme la cabeza en el inodoro. Un auténtico matón. En aquellos tiempos el bullying no se sabía ni lo que era.
—Tenemos que quedar. ¿Cómo se llamaba ese amigo tuyo tan grande?
—Felipe —respondí.
—Eso, Felipe Barrios: el Gordinflas – dijo con sorna.
Tardé en contarlo en casa y los profesores solían decir: «tranquilo, las palabras se las lleva el viento». Las palabras quizá, pero el susto del cuerpo y los moratones, no. Quién acabó con todo esto fue Felipe. Llegó al colegió y decidió protegerme. Tuvo una pelea épica con Tontodelculo. Nadie se metía con él. Ni conmigo.
Felipe y yo perdimos contacto muchos años. Después, hacía un par, me localizó por internet, y nos íbamos viendo más o menos. Estaba divorciado también, con una niña, y bebía, bebía demasiado. No lo estaba pasando nada bien.
Tontodelculo no movió la moto. Insistí, y contestó con algo como «pero bueno, estás aparcando, ¿no?». Eva llamó a su puerta también, y le soltó perlas como «vaya barrigón» y «¿no tiene huevos tu marido de venir?». Me lo relató indignada, le salían chispas de los ojos. Cuando Felipe, al que ella conocía, había vuelto a entrar en mi vida, yo le había contado la historia del colegio. Así que, ante su sorpresa, concluí diciendo: «ese es el tipo que me acosaba».
Pasaron unas semanas, y nada cambió. Un día Felipe llamó. Fui a recogerle con el coche y lo llevé a casa para que cenara con nosotros. Se notaba que había bebido. Al salir del vehículo, se quedó mirando la moto de detrás.
—Joder, qué jeta tiene la gente.
—No hay manera de que la mueva. No adivinarías nunca quién es el propietario.
En ese momento retumbó una voz en el garaje.
— ¡Qué bueno. El Gordinflas. Estás igual! ¡Perejil y Gordinflas juntos!
Era Tontodelculo.
— ¿Tontodelculo? –— preguntó Felipe estupefacto—. Toma ya.
—Ves, has aparcado —dijo dirigiéndose a mí.
— ¿Es tuya la moto entonces? —dijo Felipe.
—Sí.
— ¿Harías el favor de moverla?
—Tampoco molesta tanto.
— ¿O la muevo yo?
—Atrévete Gordinflas.
Felipe se atrevió, claro. Arrojó la moto al suelo, delante de Tontodelculo.
—Gordo hijo de puta. Tú y yo teníamos una deuda pendiente – bramó rabioso y se lanzó sobre él.
Intenté decir algo o quizá no. Dos tíos cuarentones peleándose. Cuando rodaron por el suelo, me sentí transportado al patio del colegio, y los vi de niños, aquella lucha épica con la que Felipe consiguió que me dejara en paz para siempre. Y aquí estaba otra vez, mi amigo defendiéndome.
***