Una y otra vez - (R) - Carla Daniela

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Carla Daniela

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*** 

Aun no alcazaba a entender de dónde venía ese sonido, pero ya sabía que no era un buen augurio. «¿El teléfono?» Creo que fue el tercer timbre el que acabó por despertarme.

—Laura, falleció mamá.

—¿Cuándo?

—Hoy. Vamos a hacer el funeral mañana, así podés venir.

—Pero…

—Ya te compré el pasaje. Por favor te lo pido…

—Ok.

La habitación se volvió más oscura que antes, y el silencio comenzó a aturdirme. Solía tener pesadillas con este momento una y otra vez, duraban días y noches enteros. Pero esta vez, era real. Tenía que volver.

Nací en ese pueblo, pero nunca me atreví a llamarlo mío. Siempre supe que no iba a durar demasiado tiempo allí, pero desde el accidente el lugar se volvió un souvenir hediondo e insoportable del cual nunca me pude deshacer. Estaba ubicado en el pie de la cordillera, rodeado de un paisaje maravilloso y anestesiante, toda la estética del pueblo intentaba asemejarse a los pueblos suizos, con construcciones de madera y venta masiva de chocolate, todo parecía perfecto. Llegaban turistas de todo el mundo y los que vivíamos ahí los considerábamos una plaga. Ensuciaban, arruinaban todo a su paso y nos tomaban fotos como si fuéramos una atracción más del lugar todo el tiempo. Los detestábamos. El clima solía ser helado, pero el calor del infierno quemaba igual. Para mí, siempre fue un rancho maldito.

Todavía faltaban dos horas de vuelo y deseaba con toda mi fuerza que algo suceda, no importaba qué, pero que suceda… No quería llegar.

Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese momento. El olor a alcohol se impregnaba en mi nariz, sonaba la música demasiado fuerte, luz…

—Señorita ¿Podría enderezar su asiento? Estamos por aterrizar.

Mi corazón latía demasiado fuerte, y mis manos no paraban de sudar. Aun con los ojos abiertos, podía sentir su grito en mi pecho.

Mi hermana me esperaba en la puerta del aeropuerto y ni siquiera su abrazo me hizo sentir en casa.

—Vamos derecho… ¿Estas bien? —Solo pude levantar mis hombros como respuesta.

—¿Vos?

—Triste, pero por lo menos ya está en paz… La voy a extrañar tanto.

—Yo también... ¿Debería pedirle perdón de nuevo?

—¿Por no venir a visitarla?

—A Sandra, digo.

—Ah… Laura trata de dejar eso atrás, ya no hay nada que hacer. Hoy trata de recordar a mamá, las cosas lindas…

Ya era inevitable, todo venía a mí y explotaba en mi mente. Alcohol, la música a todo volumen, la luz de frente, su grito, los golpes, las vueltas. Su último gemido… —Ya sé, pero volver a este pueblo, me revuelve el estómago.

—No creo que Sandra se te acerque siquiera, ya pasaron muchos años, ¡Y además es el funeral de mamá! Seria irrespetuoso.

—¿Sabías que un día las escuché hablando en la cocina con mamá? Mamá lloraba, y le rogaba que me perdone, le decía que éramos solo adolescentes divirtiéndonos y que pudo haber sido al revés, que yo no era una asesina, y no sé cuántas cosas más…

Percibía la mirada de todos como agujas, ni siquiera podía sentir tristeza genuina por la muerte de mi madre. No podía soportar la idea de verla en el cajón, sabía que su enfermedad fue mi culpa. Sentía la necesidad de huir, de dar explicaciones, de llorar, de esconderme. Se me acaba el aire.

—¿Laura? —Su voz paralizó mi pánico —Lamento mucho lo de tu mamá.

—Gracias.

—¿Podemos hablar? —dijo mientras me ofrecía un vaso.

—¿Acá?

—Si no te molesta…

—Sandra, yo…

—Por favor, déjame hablar a mí. Solo te quería decir que no hay rencor, sé que vos también sufrist…—No pude seguir escuchandola, solo podía pensar en el contenido del vaso. Estaba segura que Sandra sabía que estaba limpia hacía meses «¿Por qué me serviría un trago?»

—¿Laura?

—Sí, perdón.

—No, perdóname vos a mi… No es un buen momento.

—No, claro que lo es. Es que… —No pude contenerme más, lo necesitaba. Necesitaba probarlo. El sabor me pareció horrible, pero añoraba esa sensación, creo que nunca lo necesité como en ese momento. —Es que me siento terrible.

Desperté en el hospital, no sabía que había sucedido, me dolía cada parte del cuerpo. Mi pelo olía a alcohol y sangre. Podía escuchar el llanto desesperado de una mujer en el pasillo. «¿Qué pasó? Por favor, no otra vez, no ¡No!»

Aun no alcazaba a entender de donde venía ese sonido, pero ya sabía que no era un buen augurio. «¿El teléfono?» El quinto timbre acabó por despertarme.

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